Flare.

“Ah, este encajonado punzar de amor en mi pecho regocijado es la dulce miel de la esperanza.”


Sentías el golpeteo de tu pecho retumbando en tus oídos. El aire se acababa incluso tras grandes tragos del insípido aliento de ciudad. Tu mano derecha hecha puño temblaba, las uñas penetraban la palma con rudeza, los nudillos parpadeaban de un sensual tono rojizo. Sangre, tu sabor metálico galopando el suyo. El de él. La mirada se remontaba a los sueños, porque todo estaba borroso. El rostro de aquel chico sin sus habituales lentes cuadrados se deformaba. Tragaste el salado de las lágrimas.


Duele. Todo duele. Incluso el cabello y las uñas duelen.


—No voy a preguntarte porque lo has hecho, porque no quiero saberlo— La gélida brisa de tus palabras se había esfumado, sólo pululaba una abrasadora lava de inconformidades y pasiones. Sentiste al chico debajo de ti temblar, olfateaste la excitación de sus ojos. Tarde, muy tarde. Un suspiro de arrepentimiento y frustración se ahogó en tu garganta. La caja de chocolates estaba arruinada, ya no habría más corazones empalagosos para comer hoy, ni peliculas tontas que sólo eran una excusa para impregnar en tu nariz la fragancia de su cuello.


“Pero tu silueta es tan lejana, tan dolorosamente lejana. Mi mano tiembla cuando intenta alcanzarte, mis labios se tuercen entre los dientes. Este anhelo encasillado me está condenando con sugestivas señales de inocencia.”


Sus pequeños labios temblaban. Oh, temblaban tan dulcemente. Darías otro de tus pecados posesivos a sacrificar por probar de nuevo esos labios. Por degustarlos otra vez, una última vez, antes de no volver.


De algún modo lo entendías, en cierta manera todo encajaba. Su dubitativo “sí” que nunca llegó a convencerte cuando te le declaraste. Su continua inseguridad y egoísmo inocente. La desesperanza que se asomaba en sus negras pupilas. Sí, tú sabías que el realmente no estaba seguro de sus sentimientos, sabías que él te apreciaba como a ninguna otra persona y que intimaban como con ninguna otra.


Pero… ¿amar?


Bueno, la respuesta es clara. Maldita sea, es tan estúpidamente clara, tan obvia y desvergonzada. No puedes creer que hayas pasado por tanto tiempo en negación ante un hecho tan predecible. Pero no entiendes como llegaron a esto… no entiendes porque él tuvo que llegar a esto, a tener que OBLIGARTE hacerle ESTO en este IRÓNICO DÍA.


Miras su delicioso cuerpo temblar ciego de miedo y confusión. Curioso, es justo eso lo que estás sintiendo en esos momentos: confusión, más que nada.


Recuerdas el primer momento en el que lo viste así, fue cuando el pecho comenzó a doler demasiado y el respirar era una tortura placentera. Él siempre fue intrépido y animoso. Por eso, cuando presenciaste por primera vez su delicada fragilidad, te sentiste cautivado, tontamente enamorado. No entendías el motivo y no te importaba. Vamos, el chico ya te estaba dando dolores y alivios nocturnos por aquel lugar cosquilludo.


Fuiste un idiota optimista, lo aceptas. Una parte de ti realmente llegó a creer que él podría corresponder al menos unos pequeños trozos cósmicos. Pero fue mucho pedir. Fue demasiado amor platónico nubloso entre ambos.


No hubo, ni siquiera como sugestión, alguna alusión o palabras que significara ese “Te amo” que querías transmitirle.


“¿Y qué puedo hacer yo realmente con todos estos sentimientos despedazando mi garganta y sesos?.”


—¿Sabes? Yo hubiera preferido que afrontaras este asunto. Cuando menos escucharlo como una queja ó una seria charla. Pero decidiste jugar al tonto cobarde para terminar enredado entre las piernas de…—Una nefasta punzada ataca tus sienes y encoge los pulmones para exprimirlos de aire—.Como sea, el caso es que no teníamos por qué llegar a esto. Es mi culpa también, y lo admito. No dije las cosas claramente y todo se dirigió a un rumbo perdido.


“Nuestros engranes no parecen funcionar. Unos se mueven más rápido, otros son de diferente tamaño. Estoy desesperado y confundido.
¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que yo quiero de ti?”


Apartaste el tembloroso puño, lejos de su amoratado rostro y sus cristalinos ojos avellanos. Dejaste salir un último suspiro de soslayo. Bajaste la mirada, y acercaste la cabeza. Ambas frentes se tocaron, él ahora ya no temblaba. Su respiración quemaba tus pómulos. Oh, definitivamente vas a extrañar todo esto. Vas a desear lamentarlo una y otra vez.


Pero no hay retorno, y no habrá más lamentos tampoco.


—Lo siento —Tu voz quebró en estas dos simples palabras, tu cuerpo contuvo fallidamente las pequeñas convulsiones de tus silenciosos sollozos—. Lo siento mucho.


Alzaste unos centímetros el rostro, observaste esa faz confundida y encantadora. Es difícil. Bizarro, doloroso y difícil. Capturaste sus mejillas con ambas manos y lo besaste suavemente. Él respondió, dejó pasar su tímida lengua entre la comisura de sus labios, se rindió ante la posesividad de tu atrevido jugueteo. De tu frustrante y penoso anhelo por retenerlo por más tiempo entre tus brazos.


—Te amo— Le susurraste en un apenas audible tono de voz que luchaba por respirar. Sus encantadores ojos se abrieron en sorpresa y sus tintineantes pupilas se dilataban cálidamente. Te robó una enternecida sonrisa de tu boca. La garganta se te secó. Una amargada pena descuartizó tus miembros hasta dejarlos hechos polvo. Le diste tu mirada cargada de sentimientos, lo sentiste temblar de nuevo.


No. Ni siquiera estas palabras podrían resolver el tiempo que ya ha sido concebido. Tu último gramo fue dado, y hasta ahora sólo sigues recibiendo ese silencio que te dice “Mi sentimiento por ti es diferente”.


Sonreíste. Sonreíste atascado en tu miedo, mudez y corazón roto.


Sí, estás haciendo esto por ti, y más importante, por ÉL.


“Estaba convencido de saberlo. Estaba seguro que no vacilaba. Estaba seguro que el tiempo me lo había dicho todo. Ahora mismo, no sé nada.”


—Hemos terminado.